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El reflujo gastroesofágico consiste en la regurgitación del contenido gástrico al esófago, en ausencia de náuseas, vómitos o eructos. Puede ser un fenómeno fisiológico temporal, que sucede después de las comidas. En condiciones habituales no tiene consecuencias clínicas.
La esofagitis por reflujo se produce debido al desequilibrio existente entre los factores agresivos procedentes del estómago y los mecanismos de defensa de la mucosa del esófago, de manera que pueden llegar a aparecer lesiones inflamatorias e incluso lesiones ulcerosas.
Cuando el material regurgitado proviene del estómago sale un ácido por lo que se asocia a pirosis ascendente. Por el contrario, cuando proviene del esófago, no es ácido y conserva el sabor de la comida ingerida.
La regurgitación esofágica suele producirse durante las comidas. El síntoma más común de la enfermedad por reflujo gastroesofágico es la pirosis, una sensación de quemazón en la zona retroesternal (próxima al corazón).
Generalmente responde a la administración de antiácidos. Otra de las consecuencias es la regurgitación del bolo digestivo, produciendo un desagradable sabor amargo o ácido en la boca.
Las dos formas clínicas de la enfermedad por reflujo gastroesofágico son la esofagitis erosiva, en la que los síntomas de reflujo van acompañados por lesiones esofágicas, y la sintomática, en la que no se aprecian endoscópicamente lesiones esofágicas.
Los principales factores que favorecen el desarrollo de la enfermedad por reflujo gastroesofágico son: la hipersecreción ácida gástrica, la lentitud del vaciamiento gástrico, el aumento de la presión intraabdominal, la hernia de hiato (alteración de la anatomía gastroesofágica), el reflujo duodeno-gastroesofágico y el aumento de la sensibilidad visceral.
El tratamiento tiene como objetivos el alivio de los síntomas y la prevención de complicaciones. Son eficaces las medidas posturales, dietéticas, evitar el tabaco y el alcohol, y el uso de antiácidos.
Así pues, las dos opciones farmacológicas principales consisten en la supresión de la acidez gástrica y la activación del cierre del esfínter esofágico interior.
Los antiácidos son poco útiles en los cuadros permanentes, ya que necesitan dosis altas y administradas de forma frecuente. Así pues los antagonistas H2 son eficaces en cuadros de intensidad leve a moderada, entre los más usados estan Cimetidina, Rantidina o Famotidina.
Los inhibidores de la bomba de potasio/hidrogeniones consiguen una reducción de la secreción ácida intensa y duradera, así dosis de Omeprazol o Lansoprazol son eficaces en casos moderados a severos. Resultados similares son obtenidos con Rabeprazol, Pantoprazol u otros análogos.
La activación del cierre del esfínter esofágico interior se consigue mediante la terapia procinética, siendo el medicamento de referencia la Cisaprida.
En algunos casos se recure a la cirugía, que se realiza mediante técnica laparoscópica siendo la mortalidad es prácticamente nula. Es muy importante conocer si los episodios de pirosis y/o regurgitación son aislados o aparecen con cierta frecuencia. Si se producen de forma reiterada, debe remitirse el paciente a la consulta médica.
El reflujo de ácido al esófago es una causa frecuente de dolor torácico no cardiaco. El dolor puede ser clínicamente indistinguible. Los casos de pirosis pueden ser tratados satisfactoriamente con antiácidos y antisecretores.
Y además existen un amplio conjunto de medidas que ayudan a prevenir la recurrencia de los episodios de pirosis. Los más recomendables tienen que ver con la forma y el momento de acostarse, y con la dieta. Al acostarse se eleva la cabecera de la cama 15-20 centímetros, deben evitarse las comidas copiosas y el tabaco ya que disminuye la secreción salival, debe evitarse el sobrepeso y ropas ajustadas.